viernes, marzo 03, 2006

Los 3 entierros de Melquíades Estrada


Además del bueno de George, un tipo al que sinceramente envidio mucho, otros actores se han pasado al lado del director. Algunos incluso superándole de lejos. Y es que a veces uno se encuentra con magníficas sorpresas en las salas de cine.

El trailer de "Los tres entierros de Melquíades Estrada" parecía anunciar un thriller trepidante en la frontera mexicana, plagado de acción, giros argumentales, violencia y persecuciones (lo cual también puede estar bien, no es que eso sea malo). Pero en realidad estamos ante una obra reposada, profundamente autoral y con un regusto clásico mucho más cercano a Clint Eastwood que a Tarantino. No podía ser más prometedor el salto a la dirección de Tommy Lee Jones, que firma un western lleno de poesía, sobre el honor y la redención, sin renunciar a ninguna de las claves del género pero sin dejar de crear una obra netamente personal y a contracorriente de las tendencias actuales.

Con un guión bellamente escrito por Guillermo Arriaga (Amores Perros, 21 gramos), la historia de "Los tres entierros de Melquíades Estrada" juega, a diferencia de los otros trabajos de su autor, con muy pocos elementos. Contada en tres episodios, su estructura se va simplificando cada vez más según avanza el metraje, de forma progresivamente tranquila y lineal. La película comienza cuando se descubre el cadáver en mitad del desierto del vaquero mexicano Melquiades Estrada. Su muerte es un duro golpe para su amigo Pete Perkins (Tommy Lee Jones), que había prometido enterrarle en su pueblo natal, tarea que pronto se revelará más complicada de lo que parece e influirá decisivamente en las vidas de los habitantes del pueblucho fronterizo en el que se desarrolla la trama.

Dejándose llevar por la magnífica fotografía de Chris Menges (La misión), las imágenes de Jones recuerdan a "La Diligencia" y a "Centauros del desierto" y a las del Peckinpah más contenido, el de los minutos finales de "La balada de Cable Hogue", pero también al Buñuel mexicano, en el surrealismo de una historia tremendamente mexicana, que trata la muerte con un naturalismo mucho más propio de ese lado de la frontera, con ecos del romanticismo de "París, Texas". Y por pedante que suene, todo eso es cierto.

Una película teñida, si es que eso es posible, por un oscuro, muy oscuro, optimismo, aquel que defiende la posibilidad de todo hombre de redimirse, aunque esta redención no sirva para nada. Moralizante en el sentido más noble de la palabra, los personajes avanzan por los riscos y los desiertos en un viaje cuyo final no hubiera rehusado firmar el mismísimo John Ford. Sin asomo de duda, una de las mejores películas del año, injustamente ninguneada en los Oscar de este domingo y desde luego muy superior a la gran favorita. Vayan a verla. Impresionante.

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